En varios medios hemos podido leer como el sindicato Ustea ha denunciado ante la Fiscalía Provincial de Huelva la agresión de la que presuntamente ha sido objeto, durante el ejercicio de sus funciones, un profesor del IES Don Bosco de Valverde del Camino (Huelva) por parte de uno de sus alumnos.
Cada vez más, los medios de comunicación dedican sus portadas a incidentes violentos en centros educativos protagonizados por el alumnado, resaltando casos en los que el uso de la violencia física alarma por su crueldad y su generalización entre niños/as y adolescentes. El fenómeno de la violencia en la escuela tiene una complejidad enorme, y desde luego no puede reducirse a una historia de buenos y malos ni de soluciones drásticas.
Para entender muchas de las cosas que están pasando hace falta entender otro concepto: el de violencia estructural. Ésta es la violencia que generan las estructuras sociales, económicas y culturales que crean situaciones de marginación y de injusticia. Es muy fácil ejercer violencia contra una persona o un grupo sin utilizar la agresión física, es tan sencillo como excluir de un recurso a alguien (espacio, derechos básicos, voz, afectividad...). Si comúnmente los/las chavales/as que son tildados de violentos sufren también situaciones graves de violencia, y por tanto aprenden a utilizarla y forman parte de su repertorio de habilidades de supervivencia.
Aunque pensamos que las escuelas no son esas junglas que nos presentan los expertos del alarmismo social, sí creemos que existen distintas formas de violencia (estructural y directa) en su seno. Pero el quid de la cuestión es ¿qué tipo de escuela esperábamos en una sociedad en la que existe la violenta?. Hace unos meses miembros de la comunidad educativa asistían a jornadas denominadas "Educar por y para el conflicto", dándose asi por hecho que exite el conflicto, que es inevitable, y lo que tenemos que tener son las pautas oportunas para enfrentarnos a él, como profesosres o como padres y madres. Parte de los métodos que utilizan son los siguentes:
Desprogramarnos de la violencia. Se trata de desarrollar una educación que vuelva críticamente a los/las chicos/as contra la violencia. Estamos muy bien adiestrados para la violencia (ahí los mass media nos dan un máster) desde pequeñitos, una violencia que despierta fascinación y que siempre acaba siendo justificada. Una violencia en la que estamos entrenados fundamentalmente los varones, como seña estúpida de la masculinidad. Aprender que la violencia le duele a quien la sufre, a través de la empatía, resulta vital para distanciarnos críticamente de la agresión y el dominio.
Actuaciones globales. Debemos huir de los enfoques micro que acaban individualizando el problema. Si el problema es de todos/as, debemos buscar las soluciones entre todos/as. Toda la comunidad educativa debe participar desde lo positivo, desde lo que puede aportar, siguiendo ejemplos como: programa de alumno/a ayudante, mediación y negociación, transversalidad de la Educación para la Paz, aprendizaje cooperativo, asambleas para recuperar la palabra, escuelas de madres y padres, etc.
Recuperando la comunidad. Como las causas de la violencia escolar están más allá de los muros de los colegios, es necesario trabajar también desde fuera. La importancia de los vínculos y redes sociales es crucial para prevenir la violencia y para resolver los conflictos de manera no-violenta, y trabajar desde fuera creando redes comunitarias que abracen a la escuela, mediante grupos de apoyo y de autoayuda, conectando con las asociaciones del entorno y promoviéndolas, y recobrando la lucha social reivindicativa y autogestionaria para conseguir logros colectivos que nos lleven hacia el desarrollo comunitario, tan necesario para que los grupos humanos vivan en una Paz real.
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